Los raros
Miguel Espinosa, el autor que escribía a lo suyo
Por Esther Peñas
15/09/2017
"Me bañaré, me pondré mi limpia ropa, mi estricto atuendo. Cubriré mi cabeza y alzaré las solapas de mi abrigo, para aparecer bien escondida; me embutiré guantes. Bajo tanta textura, mi cuerpo arderá velado y clandestino; lo apartaré para destacarlo, lo enclaustraré para que se manifieste. Cuerpo oculto seré, ¡cuerpo oculto! Aguardaré bajo el gran reloj, ya lo sabes, furtiva, encelada, enamorada, disimulada, bien tapada. Y cuando arribe el tren, y te divise entre la multitud, desde mi reclamo, levantaré mi mano enguantada en gesto que fenece al nacer. Quedaré encogida, inmóvil, herida por tu presencia”.
Lo que antecede pertenece a una extraña novela. Extraña por el título (‘La tríbada falsaria’), por la temática (el lesbianismo explícito), por la época de publicación (1980), por su estructura. Su autor, Miguel Espinosa (Murcia, 1926-1982), un licenciado en Derecho que forja el lenguaje a caballo entre el clasicismo más canónico (de hecho, la obra lleva por subtítulo ‘Theologiae Tractatus’), como Delibes, de otra manera, desde otros ángulos, temáticos y estilísticos, lo procaz, lo mundano y lo lírico abrupto.
‘La tríbada’ (hermosa voz que corresponde a ‘lesbiana’) es una singular travesía por el abandono, con intensas incursiones en aspectos metafísicos, con dos protagonistas de hondo calado psicológico, Damiana Palacios (“acucia de la vulva”) y Lucía (“novia fricadora”), alrededor de las cuales se teje un mallazo de perfiles que intensifican bien la hipocresía, bien el miedo latente a la condición, bien el descaro, bien la entrega.
Tres capítulos componen la novela. El grueso del abandono. El resto, multiperspectivismo del episodio, a través de 62 cartas. También un epílogo, la última carta, esta del propio autor, Miguel Espinosa, y un ‘Comento’ que contiene las explicaciones de otros personajes. Estructura anómala pero necesaria en su propósito.
Miguel Espinosa fue un escritor malogrado. Por la suerte, como tanto otros, que lo llevó a la deriva del olvido, que truncó su vida, de un infarto, cuando era demasiado joven. Apenas había escrito en vida un par de novelas. Esta, con la que hemos comenzado la semblanza y ‘Escuela de mandarines’, que atravesó varias escrituras. Cargado con un retranca deliciosa, se burla de lo ortodoxo (comenzando por sí), esquiva cualquier ubicación, cualquier rasgo topográfico, y nos coloca frente al absurdo de lo canónico llevado a su extremo. Por cierto, la presentó en la librería Antonio Machado, en 1982, junto al autor, Enrique Tierno Galván, compañero de vicisitudes filosóficas de Espinosa, junto a Aranguren o Ridruejo.
El tercer título entregado por el murciano estando en activo fue un ensayo, bastante celebrado, por cierto, ‘Las grandes etapas de la Historia Americana (Bosquejo de una Morfología de la Historia Política Norteamericana)’, reeditado como ‘Reflexiones sobre Norteamérica’, publicado originalmente en la ‘Revista de Occidente’. Aquí su lenguaje se vuelve culto, casi impertinente, para hablar de una cultura tan poco cuajada como insolente, tan deshilachada como atrevida.
Después vino su muerte y fue publicándose, con dificultad, su obra póstuma: ‘La tríbada confusa’, ‘Asklepios, el último griego’, ‘La fea burguesía’ (título tan de Buñuel, y en su órbita de llevar al cadalso impúdico las dobleces de una clase que no se encuentra cómoda consigo), ‘Canciones y decires’ e ‘Historia del Eremita’.
Un tipo particular que escribía a lo suyo, apartándose de los mentideros donde se cocía lo importante que no suele ser, tan a menudo, más que lo prosaico. Un tipo particular que no tenía prisa por publicar ni por concluir lo escrito, que zurcía, remendaba, tachaba cuanto fuese necesario a su juicio con tal de quedarse convencido de lo que llevaba su nombre. Un tipo que ejerció su vocación dándonos pistas –como todos los buenos- de sí mismo en lo que iba contando: “Un hombre desterrado en el tiempo, extrañado de su época y separado de su patria
por el hueco de los siglos, es acontecimiento igualmente terrible. Tal es la historia que pretendo relatar. Me llamo Asklepios, y, por así expresarlo, he tenido dos nacimientos: uno en Megara, Grecia, tan atrás como puede contarse hasta más allá de la fundación de Atenas por Cecrops; y otro, hace apenas treinta y cuatro años, entre los modernos.” ¿Habla en primera persona el autor, el narrador, el personaje, la tríada que conforman? Un tipo, Espinosa, nacido a destiempo, con escritura propia y humor destilado, barroco y espurio, directo y poético con asperezas. Distinto, en cualquier caso. Un tipo que apenas salió de Murcia y qué. Los viajeros de mente tienen mundos dentro. Pessoa. Kant. Espinosa.
De Espinosa resta decir que es un personaje raro. Raro a la manera que explicó Rubén Darío: “El común de los lectores acostumbrados a los azucarados jarabes de los poetitas sentimentales o solamente de gusto austero y que no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los autores clásicos vale más que no acerquen los labios a las ánforas curiosamente arabescas y pomposamente gemadas de los cantos ya amorosos, ya místicos, ya desesperados de este poeta, ya que en ellos está contenido un violento licor que quema y disgusta a quien no está hecho a las fuertes drogas de cierta refinada y excepcional literatura modernísima. Se trata, pues, de un raro”.